Gracias Kizkitza por el artículo y gracias Ángeles Caso por la claridad, rotundidad y sencillez. Palabras como estas construyen, regeneran y alivian a los que nos cuesta poner palabras. He recordado las caricaturas y deseo compartir este texto…
«Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.»
…
Vaya puto cuento!. «Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios…»Merece la pena recordar que no hace mucho esta señora escribía cosas como ésta:
Razones ( Público.es Desde lejos. Dic.2011)
La parte de mi razón que analiza el mundo abstracto de las ideas me dice que el sistema más adecuado y justo para la jefatura de un Estado es la república. Pero la parte de mi razón que observa la realidad concreta, me susurra que es mucho mejor que España tenga por máximo dignatario a un rey, bajo el control por supuesto del Parlamento. Contemplo a nuestros políticos, y no veo ninguno capaz de suscitar unanimidad a su alrededor y de representarnos fuera del país con dignidad.
Podría añadir otra razón a quienes sostienen que los reyes forman parte del pasado: muchos de los países con democracias más decentes son monarquías. Ahí están Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda o Reino Unido, modélicos en tantas cosas. Por eso el asunto Urdangarin me hace sentir especialmente molesta: no es justo que el comportamiento –presunto– de un tipo sin escrúpulos pueda salpicar a una institución y unas personas que han demostrado durante años no siempre fáciles su buen hacer.
Y no me refiero sólo a don Juan Carlos. Hasta ahora, el príncipe de Asturias ha tenido una excelente actitud y ha sostenido un discurso que muestra una mente abierta, bien formada intelectualmente e interesada por el mundo real. Me proclamo, pues, no sólo juancarlista, sino también felipista. Al menos mientras no me demuestren lo contrario. Y, desde luego, quiero para este país una institución, aunque sólo sea una, que funcione con profesionalidad y se merezca el respeto y la confianza de los ciudadanos. Que la justicia juzgue a Urdangarin, pero dejemos que el rey pueda seguir cumpliendo con su papel, fundamental para todos, tranquilamente.